La chica llamada Sentido viviendo en un mundo llamado Belleza.

Arrastrados por una avalancha a principios del mes de Octubre en el Monte San Lorenzo, entre Argentina y Chile, murieron J.P. Auclair y Andreas Fransson, cuando ascendían para bajarla esquiando.

J.P. Auclair era el esquiador y el responsable del video que generó esta entrada

http://www.pabloquintana.es/ritmo/ 

Andreas Fransson, esquiador también, combinaba la actividad física con la práctica de la filosofía y la escritura. En su página (http://andreasfransson.se), se pueden encontrar entradas como Luz, Oscuridad, Thin Air, El humo tenue – o la chica llamada Sentido viviendo en un mundo llamado Belleza, o la Belleza de la elección y del profundidad del Ahora.

Ambos pertenecían a una clase de personas a los que cuesta imaginar sentada en una oficina, viviendo los ritmos que marca el calendario, el reloj y los desplazamientos matutinos. Místicos, en el sentido que buscan aprehender la existencia por medio del contacto con la naturaleza. Montañas. Árboles. Cielo. Nubes. Nieve.

Gente para lo que lo que no puede ser expresado en palabras, importa. Para los que arriesgar la vida, enfrentarse a la muerte, no es sino una expresión de la vida. Que consideran que vida no es el continuo, sino que vida es lo que sale porque está la muerte. Y por ello buscan darle lustro. Buscar el tiempo de las cosas, el ritmo de las cosas, y no el ritmo del reloj. Fundirse con la naturaleza, abarcar lo inexplorado, el movimiento, el camino. Que el conocimiento, la sabiduría, lo que no puede ser expresado en palabras, surja en esa actividad, en esa naturaleza.

Hay cosas que hay que hacerlas, y ya está. Aún a riesgo de que te coja una avalancha.

 

Andreas, J.P., espero que cojáis pronto el autobús de subida.

 

Fotos que no haré – Gasolinera y Hank Williams

 

 Cafeteria

En el cruce de Oak Hill, West Virginia, hay un bar – gasolinera, un edificio blanco con tejado de pizarra y letras rojas, con tres surtidores de gasolina y un aparcamiento en el lateral.

A su espalda, se yerguen dos depósitos de agua, metálicas esferas pintadas de un suave azul celeste y levantadas sobre largos pilares metálicos, que los elevan hasta dominar la escena.

Una serie de postes de teléfono y de luz, recorren la calle, remitiendo a chispas y cortes de teléfonos y de misterio.

Una pick-up azul. Te imaginas a alguien que ha bajado de la pick-up, y ha entrado en la cafetería, y desayuna huevos revueltos con baicon, mientras una dependienta, una mujer ya entrada en años, con uniforme de cuadros, cuello redondo, pelo en permanente, y su nombre escrito en una placa prendida en el pecho ( – Lilly, o Brenda, o Caroline, o Susan), le rellena una taza de café.

-Más café cariño-. O avísame, cariño.

Mientras que el hombre, callado, silencioso, cansado, revuelve sus huevos revueltos ( revueltos al hacerse, revueltos al comerse, revueltos en el estómago). Y bebe café de su taza, azul, alta, cogida por el asa, sin azúcar.

Y mientras la camarera devuelve la cafetera a sus sitio ( que lo mantiene caliente, que mantiene el nivel no permitiendo que pase de un mínimo ), y se acerca a otro cliente, o limpia la barra, o coloca las notas apuntadas en papeles amarillos pinchadas en el borde de la barra, o leer con calma y aburrimiento, sabiendo que le debe de durar muchas horas, una revista. O aprovecha para ver el estado de sus uñas, pintadas en un color chillón – azul, rosa, naranja -, impecables, puesto que se las repasó ayer por la noche.  Y en la cafetería suena la radio, una emisora local, que picha viejos temas de Country, con un locutor con la devoción del que ama la música, y trabaja no sólo por el dinero, sino también por el gusto de poner música, y deja que suene sin interrumpirlo con comentarios y anuncios, simplemente anunciando el título del tema, y el año de su composición.

Barra de formica, y taburetes metálicos con asientos de sky rojo. Un par de mesas al lado de la ventana. Azucareros de esos que te echan la medida al volcarlos. Servilletas en un dispensador metálico.

Fuera en la calle, nieva. Aparcado, un Cadillac azul.

En el asiento trasero yace el cuerpo de un músico, joven pero consumido por una vida de excesos. Arrebujado en su abrigo. A su lado, una botella de whisky, y desperdigados, papeles ( pequeños, de un cuaderno, de un recibo, de un anuncio ), notas para canciones. Un cartel del concierto que tienen que dar esta noche de fin de año, todavía lejos, retrasados por la tormenta, y al que nunca llegarán.

Un cuerpo roto. Un cuerpo roto capaz de generar esperanza en todos aquellos que le escuchan, que han comprado entradas para oírle cantar esta noche de fin de año. Que es capaz de transmitir algo que no es capaz de transmitirse a si mismo. Que es capaz de hacer música ( su voz, su ritmo, sus letras, su guitarra) que se ajusta al cuerpo, al pensamiento, a los deseos, a los anhelos, a los pensamientos, de toda esa gente que ha comprado la entrada. Que oyen lo que ellos sienten pero no son capaces de expresar. Que piensan, pero que no consiguen que el cuerpo lo expresen. Música, y ritmo, y sentimiento e imágenes que llenan y completan y profundizan lo que siente ese salón lleno de gente.

Pero que no le llenan a él. Un cuerpo roto. Una mente dispersa pero que es capaz de hilar canciones. Unas manos temblorosas por los años de alcohol, pero que son capaces todavía de tocar las canciones. Que es capaz de sintetizar el sentimiento de aquellos que le escuchan, pero que es incapaz de curarse a si mismo. Alcohol. Pastillas. Un día tras otro. En un continuo. Y cantar. Y tocar música. Sin saber muy bien como. Y recoger e intentar recordar esa música que brota.

Que hace que la gente compre entradas para ir a oírle. A verle. Un día de año nuevo. En medio de una nevada. Entradas para un concierto que no llegará a dar. Muerto en el Cadillac azul. En el aparcamiento de una cafetería, en el cruce de Oak Hill, West Virginia.

 

Foto: Former Pure Oil gas station, Main Street at Maple Street, Oak Hill WV – Feb 1991. Place where Hank Williams, Sr.’s young driver stopped to get help when he realized Hank was not doing well in the back seat of the Cadillac. Credit: Bill Slone. http://www.flickr.com/photos/10520947@N08/3827417347/in/photostream/

 

Barbuquejo.

Palabra alegre, viva, rotunda, carnosa, en tonos sobrios, de bordes redondeados y forma copiosa. Palabra que propone un viaje al pronunciarla, arriba y abajo. Palabra que se fija en la memoria, que tiene presencia propia, que se sostiene por si misma.

Barbuquejo que cierra el casco que protege la cabeza en prácticas de uso de extintores para luchar contra el fuego. Ceñido a la barbilla.

Llamas danzarinas y espuma blanca. El ying y el yang.

Pero ahí, el barbuquejo. Palabra que salta, que ríe, que se muestra en su esplendor. La espuma apaga el fuego. Barbuquejo pervive.