Cola Pesce siempre estaba jugando en el mar, y un día su madre dijo, exasperada, que ojalá se convirtiera en pez. Casi lo hizo; a partir de entonces se quedaba bajo el agua durante varios días. Cruzaba grandes distancias en el vientre de un pez muy grande, y cuando llegaba a su destino se abría paso hacia el exterior con su cuchillo.
Cuando el rey quiso saber cómo era en el fondo del mar, Cola Pesce lo exploró y le dijo al rey que había jardines de coral, que en la arena yacían piedras preciosas, que aquí y allá había pilas de tesoros, armas, esqueletos humanos y barcos hundidos. Bajó a las cuevas que había debajo del Castel dell´Ovo, en Nápoles, y volvió con puñados de joyas. El rey le preguntó cómo flotaba la isla de Sicilia, y Cola Pesce le dijo que se apoyaba en tres enormes columnas, una de la cuales estaba rota.
Un día, el rey quiso saber a cuánta profundidad podía sumergirse Cola Pesce, y le pidió que trajera una bala de cañón que iban a disparar desde el faro de Mesina. Cola Pesce dijo que se zambulliría si ése era el deseo del rey, aunque pensaba que nunca volvería a la superficie. El rey insistió, y Cola Pesce se zambulló tras la bala de cañón, y nadó tan deprisa y bajó a tal profundidad que al final pudo cogerla. Pero cuando miró hacia arriba, el agua estaba dura, quieta y compacta como el mármol. Vio que se hallaba en un lugar vació y sin agua donde no podía nadar, y allí se quedó para siempre.
Peter Robb – Medianoche en Sicilia.