Gutiérrez y Pepita

Déjate flotar,

decía ella,

y lo transportaba en sus fantasías de colores.

 

Te entregaré el mundo,

decía él,

e imaginaba para ella galaxias de naranjas planetas.

 

Y la ciudad,

trepidante,

detenía su ritmo para observar,

cautivada,

a aquellos dos chicos de la calle del doctor Fourquet.

 

 

Pero hay amores que matan,

y este no podía ser,

pues Gutiérrez era un bala perdida,

y Pepita is Dead.

Fotos que ya no haré – De un instante infinito.

Dejo a Lourdes embarazada de nuestro primer hijo durmiendo la siesta. Hemos pasado la mañana trabajando en la nueva casa, montando muebles, entre ellos un sofá cama de Ikea. Todavía no nos hemos mudado, así que ese sofá de Ikea recién montado es donde se echa a dormir. La dejo tumbada de lado, recogida, las piernas dobladas, hacia la barriga, las dos manos debajo del cojín que le hace de almohada, con la luz atenuada por la persiana a medio bajar, para acercarme mientras tanto a nuestra antigua casa, que todavía tenemos, y que todavía tiene nuestras cosas.

La luz, en la calle, en Diciembre y al principio de la tarde, es limpia, cristalina. Hace brillar y le otorga a las cosas categoría especial. Montado en el coche, suena el CD que hemos puesto esta mañana.

Me paro en el semáforo en rojo de la glorieta de Atocha. Se abre para los peatones, que empiezan a cruzar por delante del coche. Por la acera, a mi derecha, también viene gente, circulando por la calle, de un lado para otro.

Gente que se mueve a mi alrededor.

Parado en el semáforo en rojo, sin saber como, donde antes sólo veía a gente cruzar por delante, empiezo a ver individuos. Como si de repente el tiempo empezara a ir más despacio, y tuviera la capacidad de ver, para un mismo instante, muchos más detalles.

Una sonrisa.

Un bolso rojo.

La cadencia desacompasada en un pedaleo.

El Pais en una mano.

Y parece que puedo ver de donde vienen y a donde van, como si dejaran su movimiento marcado en el espacio, estelas que pasan por delante del coche dejando pintadas en el aire las trayectorias de esas personas.

Y que historias traen. O a que historias se dirigen.

 Dos chicos jóvenes, que viene de estar tumbado en el Retiro, enamorados sin que ninguno de ellos sea consciente.

Con el periódico, buscando no pensar en la oficina a la que tendrá que ir mañana a hacer un trabajo que ha dejado de gustarle.

Niño en bicicleta, emoción pura de seguir a su padre cruzando la calle y montado en bicicleta.

Del Reina Sofia, pensando que hay en casa que se pueda preparar para comer ahora que se ha hecho tarde.

Pensando en llamar a la hija, a ver como lleva el nieto el resfriado. 

Y me doy cuenta, también en ese instante infinito, que la música que suena en el coche cuenta otra historia.

Y que esa historia, que no conozco, porque no he prestado hasta entonces atención a la letra en inglés, parece hablar de alguien que muy bien pudiera ser una de esas personas que cruzan por delante. Que pudieran ser intercambiables. La música hablar de ese chico que cruza. O que la alegría de esa chica podría ser perfectamente la letra de una cánción.

Y que todo ello, la música, la ropa de la gente, los edificios al fondo, las rayas del paso de cebra en el suelo, el rojo del semáforo, el azul del cielo, que todo eso tiene muy buen encaje con la luz.

Como en las fotografías de los grandes fotógrafos. 

Sólo que se va desarrollando. Va cambiando a medida que las personas cambian su posición, y la música suena. 

Como una película que fuera una sucesión de fotografías de museo.

Y de repente, parece que todo encaja, y que todo eso que está ocurriendo tiene un sentido, que no se cual es.

Pero que es armónico

Que es bello.

Que no corre sino fluye.

Que parece encajar en algo más grande.

Y que no soy uno más, pero si que soy parte de algo más grande.

Fotos que ya no haré – De un edificio en las llamas

El atardecer se refleja en las grandes cristaleras de una antigua nave industrial. Una nave de esas ( edificio de ladrillo cocido, tejado a dos aguas, grandes cristaleras en los laterales del edificio ) surgidas en la revolución industrial, como las que salen en las revistas de diseño reconvertidas en lofts. El sol, de naranja intenso, da de lleno en la cristalera tintándola de un furioso color naranja. Los ladrillos, de barro cocido, absorben esa misma luz, manteniéndose de un color oscuroagravados por años de abandono y suciedad.

Un coche gris viene en sentido contrario, tomando la curva.

El puente, que pasa por encima de la vía del tren, te pone a la altura de la cristalera.

Asfalto, ladrillo, cemento y acero.

Carretera en curva frente a edificio vertical.

Dinámica del coche, congelada en un momento frente al edificio.

Un gran rectángulo de naranja intenso, rabioso, ácido, denso, rebosante, destacando en medio de colores fríos.

El sol concentrado en el marco de una cristalera.

El fuego del sol lejano reflejado, como si fuera un edificio en llamas.

La Zona

 

“Siempre sé cuando estoy en la Zona. Cuando estoy en la Zona no deseo estar en ninguna parte. Mientras que cuando no estoy en la Zona siempre deseo estar en otra parte, me gustaría estar en la Zona.

Una angosta vía férrea serpenteaba entre las ruinas ( parte ya de la ruina para cuya excavación había sido pensada). Las lluvias recientes habían inundado los baños de Adriano. El viento agitaba la superfice de las aguas. Unas latas se oxidaban al fondo de los baños. Las malas hierbas se contorsionaban sobre las losas rotas.

No tenía nada de sorprendente que todos estos detalles estuvieran sacados directamente de Stalker. Saqué la idea de la Zona de Tarkovski, pero la Zona de Stalker no es la única Zona. Si no fuera por Stalker no estoy seguro de que hubiera caído en la cuenta de que el lugar donde quería estar-y el estado en el que quería vivir- fuese la Zona. Antes de ver Stalker solo tenía la necesidad, el anhelo. En cierto modo podría haber estado en la Zona antes de ver Stalker, per parte de estar en la Zona es cobrar conciencia de que estás en la Zona, y puesto que yo no sabía que existies tal cosa, en realidad no estaba allí. Es lo que tiene la Zona, es una de las cosas que adoro de la Zona: sé cuándo estoy en ella, y en el Foro de Severo sabía que estaba en la Zona.”

Geoff Dyer. Yoga para los que pasan del yoga.-

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La Zona. Entre la estación de Delicias, el Museo del Ferrocaril y el parque del Planetario de Madrid.