Waking up on an airplane

Me despierto 20 minutos antes de aterrizar. Suave. Despacio. No ha sido el aviso de aterrizaje. No ha sido ningún ruido. Ha sido simplemente despertarse, salir lentamente del sueño.

Sin embargo, todo sigue ligeramente irreal. Como si el mundo del sueño y el mundo real se mezclaran, se juntaran de repente en uno nuevo yuxtapuesto.

Miro por la ventanilla, a mi derecha. Las nubes añaden un efecto irreal.

Oigo teclear a mi izquierda. Es la pasajera que va en el asiento de pasillo. El asiento de enmedio está ocupado, así que no llego a verla. Simplemente veo sus manos moviendose en el teclado. En ese estado de irrealidad, me fijo en sus dedos. Concretamente en sus uñas.

Manicura a la francesa, le llaman. Esa que pinta el borde de las uñas de otro color, normalmente más claro. Como si fuera la uña al natural, larga, donde el borde que no está en contacto con la carne cambia de color, más claro. Así, salvo que la uña es esmaltada, y por tanto, el color no es natural. Tampoco el borde. Es una representación de la realidad, inventada, mejorada, ajustada, trabajada. Una realidad que tampoco es realidad. Unas uñas esmaltadas como si fueran uñas, pero que no son uñas. Están conviviendo con las uñas reales, una encima de la otra. Como el mundo al despertase lentamente en un avión, donde el mundo real y el mundo del sueño se superponen.

Con el borde lleno de nubes.