El combate con la razón.

Se ajusta las gafas, y levantándose sobre los pedales, ataca. Adelanta rápidamente por un lateral al pelotón, donde, por lo inesperado de la acción, sólo unos pocos ciclistas se giran para verlo pasar. En seguida coge unos metros. Parece como que el pelotón lo toma por sorpresa, y no reacciona. No sin lo que podría parecer pereza, como la respuesta de un animal dormido y que no tuviera ganas de cazar al ratón, se mueven algún ciclista, los que luchan por la victoria final, animando a sus compañeros de equipo a subir el ritmo y partir a la caza.

En el segundo ataque, Gutiérrez no mira para atrás. Simplemente vuelve a ponerse de pie en los pedales, y se lanza, fuerte, veloz, ágil, carretera arriba. Esta vez, nadie del pelotón se atreve a salir a por él. Es demasiado pronto, hay demasiada carretera por delante, demasiadas montañas, para que nadie pueda pensar en el ataque en solitario de un favorito. Tan pronto, que sólo los que están en la carrera, los ciclistas, los directores deportivos, los comisarios, están ahí para ser testigos de la locura. Ni la radio, ni las televisiones, ni siquiera los espectadores en este primer puerto en las rampas despellejadas están allí para verlo. Parece un reto demasiado grande, una locura, un despropósito, para un hombre sólo en bicicleta.

Cruza ya por la pancarta del paso de la montaña, con algo más de 3 minutos de ventaja. El día, despejado, muestra el sol en su esplendor, preludio del tormento que vendrá después. Para protegerse del aire de la bajada, se sube la cremallera del maillot, para después, coger los bidones de líquido que le pasa su director.

Sin dudarlo, se lanza para abajo. Las curvas se suceden. Concentra la vista en la carretera, intentando leer las curvas, anticipar los giros, intentando seguir la línea de la trazada perfecta que permita no perder velocidad, ganar tiempo sobre el pelotón. Al lado, la carretera se convierte en caídas espantosas. Frena, para, una vez pasada la curva, volver a empujar la bicicleta hacia abajo, ganar velocidad.

Arriba, el pelotón está cruzando el puerto. Ha perdido ya a corredores, que no han podido o no han querido seguir el ritmo que impone la carrera. Gregarios esforzados trabajan para los líderes, que piden que regulen, que no tiren demasiado, no quieren gastar todavía demasiadas fuerzas en la persecución de un loco suicida.

El director, desde el coche, ánima, sacando el cuerpo por la ventanilla. No puede dejar de animar a su mejor corredor, el que todavía no conoce, a pesar de los problemas, la derrota en una gran carrera. Pero no puede dejar de pensar, también él, en la difícil del intento. Demasiado lejos, demasiado sólo, es esta una gesta de otra época, de otros tiempos, de cuando los ciclistas se veían en blanco y negro. De un tiempo cuando  

Nuevamente, el hombre frente a la montaña. Consciente de lo que todavía le queda por recorrer, Gutiérrez aprovecha para comer, y recuperar energía. Sabe que más adelante le espera la Montaña, y que si quiere conseguirlo, debe de cuidar su cuerpo. Busca comer y beber, y asegurar que tendrá la energía y la hidratación necesaria como para acompañarle en la tarea. ¿ Que es lo que piensa Gutiérrez?. ¿ Que es lo que le lleva a buscar la aventura imposible?. Gutiérrez, las manos apoyadas en el manillar, la mirada fija en la carretera, pedalea.

Los locutores de la radio han conseguido la autorización de los programadores de las cadenas para iniciar la retrasmisión antes de lo previsto. Es el valor de lo inusual. Los locutores, desde los micrófonos, cantan lo imposible de la empresa. Ya está Gutiérrez escapado. Desde antes de abrir la retrasmisión. Mucho antes de que nadie pudiera pensarlo. Un hombre y su bicicleta, valiente, insensato, increíble, buscando la doble hazaña. Vencer a la Montaña, que espera, allí al final de la etapa, con sus rampas imposibles, capaces de quebrar a los corredores inclinados sobre sus bicicletas, de petrificar sus piernas que pelean contra los pedales. Y vencer a todos los demás corredores, que marchan por detrás, a más de 8 minutos, temerosos del intento de Gutiérrez, un hombre sólo con su bicicleta, con la montaña de telón de fondo.

Siendo viernes, los habitantes buscan alejarse de sus ciudades, y buscar el clima más benigno de la playa. En el atasco de salida, lo inusual de la narración, tanto por lo pronto que empieza, como por la magnitud del intento, atraen el oído de los conductores. Jamás habrían imaginado los comentaristas de la radio una mejor audiencia. Inmóvil por el atasco, y capturada por la fuerza de la historia. Sentados al volante de sus automóviles, los conductores vuelan a apoyar a Gutiérrez en su intento, se mimetizan con él, se dejan capturar por la fantasía de la hazaña. Silencio, piden en el coche, cuando los niños, las mujeres, los copilotos buscan hablar. Hay que oir con atención. No todos los días se vive la encarnación de un mito.

Gutiérrez asciende ya el segundo puerto. La cabeza erguida, mirando hacia arriba, mueve ágil la bicicleta. La carretera se dobla, se retuerce, buscando ascender el puerto. En las curvas, la pendiente se agudiza. El asfalto, bajo el sol de Julio, ya pasado el mediodía, se reblandece, dificultando el rodar de la bicicleta. Prudente, Gutiérrez busca cuidar sus fuerzas sin perder el ritmo. Templado, es consciente de la Montaña enfrente, y del pelotón detrás, y de que el tiempo, 10 minutos ya, puede ser suficiente para su aventura. Fuerte, sin duda. Nadie en años se ha atrevido a intentarlo, la resistencia para atacar desde tan lejos, las piernas para subir sólo las montañas, y la cabeza para pensarlo. Pensarlo asusta. Hijo de días turbulentos, Gutiérrez se ha acostumbrado a una normalidad nacida de lo extraordinario.

Ya en el llano, bajado el puerto, el grupo de favoritos, enfocados por las cámaras de televisión, impresiona. Lanzados ahora si en pos del fugado, ya lo ven cerca, ya lo ven humano, funcionan ellos como una máquina perfecta, sincronizando los relevos, lanzados hacia adelante. Disparados, atraviesan un pueblo. La gente aplaude, pero el grupo, ajeno a todo lo que no sea el hombre que llevan por delante, apenas lo percibe.

Cronos, mientras tanto, devora a su hijo. La moto auxiliar le da 3 minutos. Gutiérrez pedalea, y pedalea, consciente ya que hay una bestia rugiente que le persigue por el llano en llamas bajo el sol. Aprieta los dientas, busca fundirse con la bicicleta, convertirse el también en una máquina, de un solo hombre esta, avanzar, vencer al viento, mantenerse firme en su determinación por alcanzar la meta. .

Los espectadores son conscientes de estar asistiendo a algo único. La lucha heroica de un hombre en bicicleta, no ya contra otros hombres, sino contra lo increíble. Ese extraño momento de estar asistiendo a algo único, algo que no se ha contado antes o si se hizo, fue hace mucho tiempo, cuando los hombres hablaban de tú a tú a los dioses. Las imágenes tomadas desde el helicóptero muestran que la distancia se reduce. Gutiérrez aprieta los dientes. Intenta mantener la distancia. Y, sin embargo, a los bordes del camino, irresistible, pasaba en aquel instante – no se rían- lo que los Antiguos solían llamar Destino.

Ataca ya nuestro hombre, las rampas del último puerto, la Montaña, terrible, el de las mil curvas y las pendientes imposibles. Como reforzado por la tarea titánica de llegar hasta arriba en solitario, se levanta sobre los pedales. Allá, al fondo, se ve llegar el pelotón, ya prácticamente limitado al grupo de favoritos.

Pelean todavía durante unos kilómetros, Gutiérrez, en pie, apretando los dientes, exprimiendo las últimas fuerzas. Los demás, la lucha desatada ya, desmontado ya el pelotón, como hilos rabiosos que buscan al hombre por delante.

El director deportivo, anima, jalea, busca concederle a Gutiérrez las fuerzas que casi le faltan ya.

El público anima, jalea, empuja incluso, volcado sobre él. Por la última curva, aparece ya el primero de los perseguidores, excitado ya por la posibilidad de la caza.

Agotadas las fuerzas ya, Gutiérrez ve como le pasan corredores. Las crónicas que todavía están por escribirse, pendientes todavía de quién ganará la etapa, reflejarán los imposible del intento, lo descabellado de la idea, el ataque a la razón. Recogerán la imposibilidad de la tarea. Sin embargo, la televisión muestra, en la cara manchada, en el rosto agotado por el esfuerzo, todavía un brillo en los ojos. No le importa no ganar, no le importa haberse mostrado vulnerable. No le importa las fuerzas gastadas, que, sin duda, le harán falta mañana. “ Quería divertirme “, dirá en la meta. “ Rebelarme contra la resignación”. El hombre, cansado, sucio, y al que pasan otros corredores, se ha encontrado a sí mismo. Ha vencido el combate contra la razón. Ha llegado más allá del límite, donde otros no se han atrevido, y ahí tiene él su verdad. Y habiendo sido honesto consigo mismo, habiendo atravesado ese umbral, se ha enfrentado al miedo, y al destino. Y se ha divertido. Y vuelve a ponerse de pie sobre los pedales, buscando ya la meta.